Coincidiendo con el fin previsto para la recepción de artículos de el próximo especial “Relaciones entre imagen y muerte” (finalmente prorrogado hasta el día 15 de Junio), presentamos el último capítulo del fantástico foto-ensayo de Birte Pedersen dedicado al arte funerario popular de Ecuador.

Desde aquí reiteramos nuestro agradecimiento a Birte, por colaborar con el CEISS en este proyecto que ha dado como resultado un corpus de imágenes y reflexiones realmente interesante y amplio.

CAPITULO 12. ETERNIDAD EFÍMERA

Los cementerios, fiel reflejo de la sociedad en constante evolución,  están experimentando cambios acelerados. Desde el nombre – camposanto o jardin de paz – pasando por portones con tablero eléctronico, indicando los nombres de los fallecidos del día, a la estandarización de nichos y lápidas, se presencia una pérdida de la espontaneidad y creatividad que caracteriza el arte funerario popular ecuatoriano. Pero hay también cambios a nivel de ciertas tumbas que me hacen pensar que la vida no se deja detener por la muerte. Mientras el novio de Leobigilda parece haber encontrado otro amor, el sentido de culpa por la muerte del Pollito Dario quedó sepultado bajo una capa de pintura celeste. “Litle Erick” ha recuperado su segundo nombre, Guido Rubén se ve más feliz con su sonrisa renovada y Olmedo está con un look más moderno. La disputa por el amor de Victor Chamorro entre Luis F. y R. parece haber sido ganada por R., que de paso cambió también la fecha de fallecimiento. Mientras tanto, los padres de Bryan Alexis decidieron que su hijo descansaría mejor con una imagen dulcificada en la mansión de Dios.

Con contratos de arrendamiento de nichos de por lo general cuatro años y una memoria revivida y acaso cuestionada en cada visita de la tumba, el arte funerario popular es la expresión de una eternidad efímera.

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