Una visita de los cementerios ecuatorianos se parece también a un recorrido por una galería de retratos. Desde los nichos y tumbas me miran los difuntos con esta expresión definitiva escogida y, quizás, negociada por sus deudos, y luego plasmada por artistas anónimos. Me miran con sus ojos de mármol, yeso pintado y desde las fotografías en blanco y negro o color. Pero no es una galería de antepasados con rostros serios conservados para la eternidad. Aquí no faltan las sonrisas, las miradas pícaras y las escenas de la vida cotidiana. Más allá de las características físicas resalta la personalidad de quienes en vida fueron Lolita o Luis Alfredo, personas que llegaron a su madurez. En otros, el nombre no consta, basta la imagen para romper el anonimato. ¿Pero cómo retratar a los jóvenes que no tuvieron tiempo de definirse? La respuesta parecen ser los fotomontajes secuenciados que dan cuenta de esta pérdida múltiple del niño y adolescente. Son álbumes incompletos que se exhiben al público.

 

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